Andrea, del aula a las alturas (storytelling)
- José Luis Ortiz
- 21 jul
- 2 Min. de lectura

Desde niña, Andrea sentía una fascinación especial por entender cómo funcionaban las cosas. Le intrigaban los motores, los engranajes, los aviones. Mientras otras niñas jugaban con muñecas, ella desarmaba radios y trataba de armar pequeñas hélices con clips y baterías. Fue esa curiosidad la que la llevó a estudiar Ingeniería Mecánica en el Tecnológico de Monterrey, una carrera exigente que pondría a prueba no solo su capacidad técnica, sino también su carácter.
Al inicio, Andrea se centraba únicamente en sus clases, convencida de que las buenas calificaciones serían la clave de su futuro. Pero todo cambió cuando conoció al Dr. Ortiz, un profesor apasionado no solo por la ingeniería, sino también por formar líderes completos. Fue él quien la invitó, casi con insistencia, a salir de su zona de confort y participar en actividades extracurriculares: clubes estudiantiles, proyectos multidisciplinarios, ferias tecnológicas, incluso competencias internacionales.
—La ingeniería no solo se aprende con fórmulas —le dijo el Dr. Ortiz una vez—. También se construye con trabajo en equipo, comunicación y visión.
Andrea aceptó el reto. Al principio con nerviosismo, luego con entusiasmo. Pronto estaba liderando un equipo de Baja SAE de su campus —cuyo principal objetivo consiste en diseñar, construir, comercializar y competir con un vehículo monoplaza todo terreno—, organizando eventos con otras universidades, participando en concursos como el de oratoria y participando en foros de innovación. Esas experiencias marcaron un antes y un después. Descubrió que además de su talento técnico, tenía una gran capacidad para conectar con las personas, tomar decisiones estratégicas y liderar bajo presión.
Al graduarse, mientras muchos de sus compañeros buscaban empleo en grandes corporaciones, Andrea tenía una idea diferente: quería crear algo propio. Recordó un proyecto que había desarrollado durante la universidad relacionado con materiales compuestos para estructuras ligeras. Con ese conocimiento y la red de contactos que había cultivado gracias a sus actividades extracurriculares, decidió fundar su propia empresa: AEROFORMA, dedicada a la fabricación de partes aeronáuticas de alta precisión.
Los primeros años no fueron fáciles. Hubo desafíos técnicos, falta de financiamiento y muchas puertas cerradas. Pero Andrea no se rindió. Aplicó todo lo aprendido: liderazgo, resiliencia, innovación y colaboración. Poco a poco, AEROFORMA ganó credibilidad, obtuvo certificaciones clave, y hoy trabaja con empresas nacionales e internacionales del sector aeroespacial.
Cada vez que visita el Tec para dar una conferencia a nuevos estudiantes, Andrea recuerda con gratitud al Dr. Ortiz.
—No solo me enseñó ingeniería —dice—. Me enseñó a confiar en mí, a salir al mundo con las herramientas para construirlo. Gracias a eso, hoy estoy volando alto.
Y así, la niña que soñaba con aviones ahora ayuda a construirlos.







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